Porque después nos vimos muchas veces más, esporádicamente,
hasta que dejamos de vernos en años. Eso nos modificó a ambos; no sé qué
persona sería yo sin haber compartido aquellos encuentros con Nazaret. A veces
pasaban semanas, o un mes, pero volvíamos a encontrarnos. Ella venía con cierta
frecuencia a Villasperanza del Valle. Por entonces trabajaba en una pizzería de
la capital y se escapaba con ese propósito hasta allí. Nos encontrábamos directamente
en la habitación del hotel. Recuerdo que en la ducha siempre cantaba canciones
de Janis Joplin y después, una y otra vez, me contaba la misma historia sobre
su encuentro en los estados unidos. A mí no me cuadraban las fechas, ¡pero su
relato era tan veraz!
viernes, 26 de diciembre de 2014
martes, 23 de diciembre de 2014
Nazarete (5)
Su pubis,
ese vello oscuro en mitad de la piel blanca, escoltado por las estilizadas
piernas que adoro, era tan hermoso, la letra perfecta con la que empezar una
vida, o al menos aquel viernes. Me molesté en apoyar sobre el suelo el pie
derecho a pesar de contar con escasa conciencia ya que toda mi energía
cognitiva estaba depositada en la tarea de mirarlo. Era una dulce ráfaga de
oscuridad en mitad de un albor reposado, un animal entrañable en mitad de la
taiga nevada que clamaba de nuevo mis caricias, mis besos más delicados. El
pelaje de esa criatura suave albergaba su olor, yo lo sabía hacía sólo un
instante, y ahora mi olfato y mi memoria pugnaban por hacerlo relevante. De mis
labios salieron las palabras acompañadas de un impulso de viento. La ráfaga iba
dirigida a la parte pero me sobrecogió descubrir que el destinatario era el
todo:
— Te quiero.
— ¿Ein?
— Creo que también me gustas
por dentro…
— ¡Dios! ¿Has vuelto a
fisgonear mis radiografías?
Aquella mañana reímos de
lo lindo. Carcajeamos sin medida Nazaret, su coño y yo. Pero de los tres, sin
revelarlo en ningún momento, yo empecé por mi cuenta y riesgo a amar.
miércoles, 17 de diciembre de 2014
Notas Nazaret (4)
... hace
frío. Cada vivienda dispone de un recoleto jardín en la parte posterior del
edificio. Allí cae el sol cuando el sol cae. Nadie, si acaso remotamente,
visita el lugar. Sí lo hace la mala hierba y los arbustos que la humedad y el paso
del tiempo alimentan. Allí permanecen vivas las plantas que la mamá de Nazaret cultivó
con esmero. Se trata de un minúsculo rectángulo de vivos colores, de colores vivos,
recortado en mitad de la desidia. Una verja de rombos metálicos separa este
diminuto paraíso de la inacción. Surge altivo, en su pequeñez, ante la frondosidad
natural que devora la presencia humana indolente o su simple ausencia, acotado por el asfalto limpio que lo antecede
y las parcelas abandonadas por los vecinos. Resulta evidente que estos jamás miran
hacia allí desde sus casas confortables. A la entrada, asido a la verja, un
escueto cartel anuncia, en español: Ático B. Una bicicleta se apoya en la malla
metálica y la esquivo para tomar la entrada que se ofrece franca. Adivino, en
cada planta, la mano de un esmerado jardinero. Habré de asumir este coste como
exige la nota de Nazaret que encontré en el apartamento. Nada sé de cultivar y
cuidar plantas, toda mi pericia con ellas descansa en mi deleite, en su
observación… ellas me dicen cosas y el azufre que recorre mis venas se disipa.
Sé que pasaré horas contemplando estos escuetos parterres. Esta flora
constreñida en el breve espacio de mi jardín será mi compañera todo este
tiempo. Cuando mi obra haya tomado cuerpo independiente por sí, se separe de
mí, y vea la luz, las ramas, pétalos y luces de este carmen se habrán mezclado con
las páginas escritas. En cada línea, en cada palabra, habrán echado sus raíces.
Así nos mezclaremos indisolubles este rincón de frondosidad extraordinaria, el
tiempo y yo. Serán sólo unas cuartillas que surgirán de este destierro al que
sonrío. Entre tanto las estaciones se habrán sucedido en Ochtrup…
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