jueves, 27 de noviembre de 2008

Ña ña

Ya que al parecer me ha dado ahora por el lenguaje poético les diré que en Villasperanza del Valle, una localidad del sur difícil de señalar en el mapa, se publicó en tiempo la columna que sigue con motivo del nacimiento de un "fanzine" que se llamó Ña Ña, —“ña ña” es una expresión local que viene a significar: “no te lo has creído tú ni de coña”—. La publico ahora porque no tengo nada mejor que hacer. Ya que por mi impericia no se me ocurre escribir algo yo mismo espero que su autor sea benévolo y me perdone, pues además no registré su nombre, lo que conservo es la copia manuscrita en una servilleta de bar, por tanto tampoco garantizo la exactitud del texto original.

******

El pequeño quería ser poeta, pero se hizo mayor sin que le rimaran los golpes de la vida, sin que la música inundara sus cada vez más espaciadas sonrisas; sus guiños a la Fortuna eran endecasílabos sin compás:

alcanzar la cima frondosa del árbol
magnífico enemigo de la niñez
cuyo recuerdo licua aún su frente
y el sudor transita su cuerpo entero...

Vivió momentos eternos, cuyo recuerdo, sublime, lo hace hoy temblar como un junco joven a la orilla del Mar Muerto. Una flauta de madera noble y aromática le cuenta su historia con un runrún de risas antiguas y de fogatas compartidas, más es huérfana, carece de melodía; como flauta es patética. El pequeño, que quería ser poeta, que tiene un pensar de dulce aunque torpe instrumento de viento, se mira hoy las manos. Aquellas manos honradas que temblaron ante el reto de subir a los árboles frondosos de su niñez. Mira sus manos y ve en ellas accidentes silenciosos de la vida, escollos que se ríen de la prolongada adversidad de la altura, durezas donde no penetra la música. Y sin embargo tiembla como hombre como tembló cuando niño. Y por ello las Musas le traen sus recuerdos, intranscendentes, confirmándoles, ahora sí, las rimas...

Cuanto hubimos cantado blanca luna,
que es hoy rumor estéril y olvidado,
que son notas cansadas del pasado,
lo rescata el Recuerdo por fortuna

y como a niño pequeño lo acuna
tal que fuera elegido por un hado
pues capricho es del ser en tal estado
pensar al azar, sin razón alguna,

mas trae ya la idea por oportuna
tras el absurdo con que la ha gestado
relegando razones de una en una

y siendo al instante sacrificado
argumento excelso o de noble cuna
pasando a ser capital lo evocado.

El hombre que fue niño, que quiso ser poeta, que fue trepador de su vida, recuerda intranscendentes momentos de su niñez, evoca el árbol cuya impericia fue incapaz de conquistar. Mas el árbol no está. ¿Habrá de subsistir perdedor hasta el final?
El hombre se responde: «Ña Ña» y se dispone a trepar un árbol posible, abundante y frondoso en palabras.

miércoles, 26 de noviembre de 2008

Antonio Gamoneda


Amor

Mi manera de amarte es sencilla:
te aprieto a mí
como si hubiera un poco de justicia en mi corazón
y yo te la pudiese dar con el cuerpo.

Cuando revuelvo tus cabellos
algo hermoso se forma entre mis manos.

Y casi no sé más. Yo sólo aspiro
a estar contigo en paz y a estar en paz
con un deber desconocido
que a veces pesa también en mi corazón.

Estar en ti

Yo no entro en ti para que tú te pierdas
bajo la fuerza de mi amor;
yo no entro en ti para perderme
en tu existencia ni en la mía;
yo te amo y actúo en tu corazón
para vivir con tu naturaleza,
para que tú te extiendas en mi vida.
Ni tú ni yo. Ni tú ni yo.
Ni tus cabellos esparcidos aunque los amo tanto.
Sólo esta oscura compañía. Ahora
siento la libertad. Esparce
tus cabellos. Esparce tus cabellos.

Antonio Gamoneda

viernes, 21 de noviembre de 2008

… no eres de por aquí ¿verdad?

...
La primera vez que el loro vio a la ardilla el cielo estaba despejado, la luz de la luna era de un fulgor cristalino, y no le cupo dudas de que, en ese instante, las aguas de los mares lejanos reposarían en calma. Todo era liviano, suave, tranquilo.

A diario el joven loro, a la caída de la tarde, dejaba su clan y, con el modesto vuelo característico de su especie, subía hasta aquella rama de aquel mismo árbol, y se deleitaba en la contemplación del anaranjado sol ocultándose en el horizonte. Disfrutaba de lo cotidiano, de su rutina sencilla. Pero en aquella ocasión sintió un algo débil, menos que un sonido, que paulatinamente llegó a ser un leve runrún.

Una ardilla, la más hermosa de las ardillas, horadaba la corteza del árbol contiguo. Con los gráciles movimientos de su delicado cuerpo construía su casa esta ardilla, distinta a todas las ardillas de las miles de ardillas del mundo de las ardillas. Nunca antes el loro había visto belleza más grande en una ardilla, belleza más grande.

— Perdona ardilla, no eres de por aquí ¿verdad?

— No. Probablemente te sorprenda si te digo que soy de la ciudad—, contesto la ardilla regalando al loro una bonita sonrisa que dibujó sobre los fulgurantes dientes.

— Resulta curioso, que no sorprendente—, replicó el loro.

— ¿Curioso? Curioso ¿por qué?

— Es que me llaman Urbano. Pero por otro motivo, dicen que porque soy cortés, atento… y por mis buenos modales.

— Encantado, los míos me conocen como Pilar, porque soy el soporte sobre el que descansan tantas cosas. No es que yo me considere una escultura, eh—. La ardilla se echó a reír.

Contemplaba a Pilar reír y sentía armonía, experimentaba el conocimiento de que aquel era el ser con el que conectaba su ser. Estaría el resto de los días mirando ese fulgor.

— Pero este es el bosque de los loros, no puedes estar aquí—. Esas no eran las palabras pergeñadas por Urbano. Su mente, su anhelo, su vida, su alma habían construido otro edificio verbal, sin embargo brotaron de su pico con soltura, como el chorro de una fuente de la que se espera que surja ese chorro, con una naturalidad brutal.

— Ha pertenecido a los loros desde siempre, así está escrito. Coge tus pertenencias de ciudad y lárgate a la ciudad de las ardillas.

— Eso había oído— dijo la ardilla.

— ¿El qué?

— Que los loros decís aquello que se espera de vosotros que digáis— dijo. Y la ardilla se marchó de aquellos parajes.

La última vez que el loro vio a la ardilla el cielo estaba despejado, la luz de la luna era de un fulgor cristalino.



esta modesta fábula participa de la idea tan interesante que encontré en Luz de Gas y tendrán cumplida cuenta de ello en Dosmanzanas

jueves, 20 de noviembre de 2008

Un rubaiyat de Omar Khayyan

¡Despertad! Pues la Mañana, en el Cuenco de la Noche
Ha arrojado la Piedra que pone a las Estrellas en Vuelo:
Y ¡he aquí! Que el Cazador de Oriente ha capturado
La Torre del Sultán en un Lazo de Luz.

Traducción de un poema de Omar Khayyan

¡Despertad! Que ya el sol desde el remoto Oriente
dispersó las estrellas de su sesión nocturna,
y al escalar de nuevo el cielo iridiscente
la regia torre ciñe con su lazada ardiente.

Traducción, me temo, del mismo poema de Omar Khayyan, sin duda sería conveniente estudiar parsí del siglo décimo, pero ello no exime a ambos textos de belleza

lunes, 17 de noviembre de 2008

"Fez es un espejo"... del cielo


Fotografía practicada con un artilugio o cámara que adolece de pericia, resulta inusual y es hostil, donde se constata que, como dice Abdellatif Laâbi, Fez es un espejo.


Fotografía convencional que lo ratifica.

"Fez es un espejo" Abdellatif Laâbi
Ediciones del Oriente y el Mediterráneo
(Isbn: 84-96327-04-3)

jueves, 6 de noviembre de 2008

...instante... otoño...

Mira como juega la gota de lluvia a caer
y al tiempo recoge halos de luz.
Mira como detiene el instante
y no desciende.
Ese frescor pongo en mis labios.
Mira como sacia mi sed.
El alfeizar retiene la gota
mientras mis labios férvidos
sienten lo húmedo de mi pensar.
Mira como pienso.
Pienso en la gota que anhelo,
en ella observo la tarde madurar,
es el otoño hermoso que vive en su tapiz acuoso.
Mira una gota remota de lluvia.