martes, 23 de diciembre de 2014

Nazarete (5)

Su pubis, ese vello oscuro en mitad de la piel blanca, escoltado por las estilizadas piernas que adoro, era tan hermoso, la letra perfecta con la que empezar una vida, o al menos aquel viernes. Me molesté en apoyar sobre el suelo el pie derecho a pesar de contar con escasa conciencia ya que toda mi energía cognitiva estaba depositada en la tarea de mirarlo. Era una dulce ráfaga de oscuridad en mitad de un albor reposado, un animal entrañable en mitad de la taiga nevada que clamaba de nuevo mis caricias, mis besos más delicados. El pelaje de esa criatura suave albergaba su olor, yo lo sabía hacía sólo un instante, y ahora mi olfato y mi memoria pugnaban por hacerlo relevante. De mis labios salieron las palabras acompañadas de un impulso de viento. La ráfaga iba dirigida a la parte pero me sobrecogió descubrir que el destinatario era el todo:
            — Te quiero.
            — ¿Ein? 
            — Creo que también me gustas por dentro…
            — ¡Dios! ¿Has vuelto a fisgonear mis radiografías?
Aquella mañana reímos de lo lindo. Carcajeamos sin medida Nazaret, su coño y yo. Pero de los tres, sin revelarlo en ningún momento, yo empecé por mi cuenta y riesgo a amar.
            Así nos fue a todos después. 

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