lunes, 26 de septiembre de 2011

... Nomi...

Nada, ni nadie lo indica. Aún así se entra con sigilo. Enseñoreando el aire un olor químico se codea con el orín. Hay ancianos escuálidos que arrastran sus pijamas celestes con la entrepierna caída y desabotonada. Ostentan frascos de cristal que penden de estandartes metálicos, como banderas enfermas, que se comunican con ellos a través de conductos transparentes por donde se deja caer la vida. Es el efecto de la inercia. En las venas de sus brazos se agolpa ese hilo que los ata a la existencia.

En el pasillo me detengo desconcertado, como si mi juventud estuviera en peligro. Y, con torpeza, me dejo llevar hasta una de las habitaciones, donde me topo con un ser diminuto hasta lo liliputiense. Se trata de un anciano, que al sentir mi presencia se vuelve con sigilo; es de rasgos japoneses. Al instante comprendo que estoy ante Nomi que sonríe y se vuelve a dar la vuelta. Observa como el otoño lanza hojas que con resignación llegan al suelo de hierba seca que rodea a los árboles centenarios.

En la facultad me habían indicado que este hombre poseía la más bella flor de crisantemo, única en su especie. Continua de espaldas observando la tarde y yo hago lo propio pues su cuerpo no es suficiente para eclipsar la imagen que tamiza la ventana. De este modo mantenemos una conversación breve y alargada por el silencio limpio de sus pausas. Oscurece en la ventana al tiempo que amanece en mi instinto de botánico.

Después hemos tomado té y me ha mostrado el crisantemo que guarda en un cuaderno de memorias. Quizá fue bello en otro tiempo. Ahora sus hojas están secas, se han convertido en polvo. Nomi me indica, sin gravedad, con parsimonia y mientras sonríe: « El crisantemo dejó de regalar su fragancia ».

lunes, 19 de septiembre de 2011

MITO

Visto la camiseta de Dani Segundo mientras juego en mitad de la acera arropado por el estruendo continuado de coches. Mi pelota deshinchada pega sobre los ladrillos rojizos de una fachada. Golpeo cada vez con mayor energía en un intento por hacerme notar; pero soy un niño minúsculo. Gritos humanos, ladridos de perros y otros sonidos no artificiales, serpentean el ruido monocorde de esta sinfonía delirante. Estoy sólo y los vehículos se agolpan junto a mi conscientes de que dejar berrear al claxon no cuesta dinero. A tramos irregulares voces anónimas pugnan por abrirse paso, hacerse notar en semejante despropósito. Un Josemanuélameriendaaaaaaaaaa llega con éxito a mi oído procedente del patio interior del bloque de pisos.

Sí, lo han adivinado, me llamo José Manuel y esa voz de soprano que oyen es de mi mamá. Soy consciente de que no dejará de desgañitarse hasta que el pan con vetetúasaber no esté entre mis manos. Recojo con el empeine el balón y, a la vez que camino, lo voy golpeando alternativamente con uno y otro pie. Así, sin que ello suponga un mínimo esfuerzo, subo las escaleras de tres pisos y hago sonar el timbre de casa. Ciento veintiuno, ciento veintidós, ciento veintitrés… mi mente lleva la cuenta, podría estar así hasta mañana.

¿Saben lo que creo? Quizá se esté forjando un mito en mí. Pero también puede ser que esta ciudad, en una de sus rotaciones violentas, lance mi inocencia y mi habilidad contra las paredes frías de una multitud sin forma, una muchedumbre sin voz, una humanidad anónima e ingente, y mis ilusiones sean desmembradas merced al golpe que resultaría de ello.

Valla por Díos, pan con manteca otra vez.



martes, 6 de septiembre de 2011

... azul...

Por la distancia la embarcación es minúscula en un cielo plomizo que se quiebra con rayos inofensivos cuyas luces, a ratos espaciados, salpican los flancos de la nave. Es el afecto que parte. Un cariño grave, redondo, se marcha dejando oscuridad y tormenta. Ahora el alma, esa identidad dudosa, ese peso muerto que arrastra mi intelecto, se derrumba o empequeñece, se apaga y muestra síntomas de cambio. Su color se torna violáceo y oscuro. Contra el muelle la mar caprichosa me tira sus olas con saña. Son espumosas y violentas esas aguas que se confunden en mi cuerpo con la lluvia enojada. La tormenta está desatada e imagino lo pequeña que resulta mi imagen desde la embarcación y tiemblo en el azul que lo domina todo.