martes, 2 de febrero de 2010

Degete

Es un regalo de las ondas, escucho los Sunday Drivers en la radio, las notas brotas de un lugar indeterminado del habitáculo mientras mi compañero de viaje reposa soñoliento sobre el asiento contiguo, ha adoptado una pose irregular pero se le adivina descansado. El suave y agradable calor de los rayos del sol nos abraza. Se trata del primer respiro que nos da este invierno crudo. Inesperadamente estoy conforme conmigo mismo, lo que resulta de lo más inusual. Debe ser la armonía que me circunda esta tarde de domingo. Una de mis sonrisas se abre camino entre los músculos dormidos de mi rostro sereno. En este instante es posible la aceptación. Soy este que veo en el retrovisor. Me reconozco en él a pesar de no ser aquel otro al que los años han sepultado bajo esta otra piel. He leído que la piel se renueva cada treinta días aproximadamente, así que dónde está ahora aquel muchacho. Por primera vez no me desagrada la persona adulta que se dibuja en el cristal. Repentina y sorpresivamente siento un vaivén que viene a ser un vértigo violento encajado en el instante de una décima de segundo…
… Siento una sed sojuzgadora y, al mismo tiempo diviso una deslumbrante luz cegadora al fondo de un túnel, he olvidado ya aquel instante anterior en el que, desde la indeterminada existencia, percibía, con creciente dificultad, un radiofónico anuncio, algo sobre la degete.