martes, 4 de enero de 2011

Esperando a Naim

Sobre la mesa la pasión. Y en los dedos estaba el temblor de una vida atrapada. Y en las hojas amarilleadas de un libro manuscrito la caricia de un soplo, el del viento gris y huraño de una tarde de otoño. Mil otoños, cien primaveras en las hojas ajadas, como recuerdos dormidos, latentes y expectantes, anhelando que alguien levante el lomo oscuro del diario y se sumerja en la vida de su autor. La mujer acaricia este objeto con ternura. Ella no, ella no precisa su lectura. Cada párrafo ha consumido ya sus pestañas bajo las cejas nevadas. Viste unas lentes ovaladas engarzadas en una montura juvenil, de un color vivo, celeste. Reposa en sus labios una curva dulce cruzada por líneas gestadas por el tiempo. La coquetería de un carmín ligero dibuja el contorno más allá de los dominios de esos labios, como recuerdo de lo que fueron. Su cabello blanco conforma una melena débil y larga, desmadejada. Lleva un collar de finas cuentas de nácar, de pequeñas y lindas esferas que puedan simular la preciosidad de unas perlas. Alrededor de ese cuello emerge un excesivo aroma dulzón, perfume de otro tiempo, gastado sin mesura.

Junto al viento se insinúa su gemela otoñal. Luz de la tarde, árida y ocre, presente en la estancia como cada día a lo largo de toda la estación, retazos de un sol maduro que iluminan las cartas tan queridas por Fatma, las epístolas que ha recibido regularmente, sin dar pábulo al desaliento. Apiladas junto al diario, descansan celosas del tesoro que albergan. Cientos de mensajes, de ideas, de noticias, de propuestas, miles de suspiros residen en las cuartillas impresas con las palabras de Naim. Este nombre es memoria.

Mientras caen las hojas, allá, al otro lado de la ventana abierta a la vida, lo días se suceden como réplicas idénticas, el mismo sol mortecino, el mismo soplo de un viento constante, las mismas cartas, el mismo diario, idéntico perfume, las mismas lágrimas.

Marrakech, 17 de diciembre de 2010
Estimada Señora Berber

Usted no me conoce, soy hija de su Naim. Le adjunto la última carta de mi padre. Señora, me he tomado la libertad de inmiscuirme en los asuntos privados de mi progenitor y de los suyos con la esperanza de que usted pueda perdonarme la indiscreción. Lo hago empujada por la necesidad de hacerla saber que su Naim falleció hace unos días y la carta adjunta quedó sin ser enviada sobre la mesa de trabajo de mi padre. Usted ya sabrá que ninguna otra cosa impediría que él le escribiera, yo he adivinado esto a lo largo de todos estos años. Seguro que él aprueba mi proceder y no dudo que usted también, sepa que no me mueve reproche alguno hacia el proceder de ambos. Atentamente
Fatma.

P. D.: Le adjunto el diario de mi padre, tras su lectura usted sabrá el motivo de esta decisión.


Marrakech, 3 de diciembre de 2011
Mi muy querida Fatma:

Morena de ensueño, dispongo del tiempo justo para poner tu nombre sobre un papel, poco más. Tu recuerdo es tan vivo hoy como ayer. Fatma ¡cómo me emociona pronunciar tu nombre! No he perdido la esperanza de hacerlo junto a tu oído una vez más y sentir como uno de los salcillos que te regalé se turba con mi aliento. Habrá, sin embargo, de ser en otro mundo. Creo innecesario decir que te amo, pero lo repito sin consuelo: te amo. Siempre tuyo.
Naim