viernes, 27 de marzo de 2009

leve (último)

Allí, perdida por fortuna, se ve. La muchacha más bella. En el óvalo de su rostro, escatimado al sol a lo largo de sus escasos quince años, estalla, en un artificio de luz blanca, una tristeza pequeña, fugazmente esbozada por los dientes que tiemblan. Delante de esa casa, ante el banco, en la escueta calle que es el mundo, allí deja Dita el regalo ruboroso de su tierna edad.
Allí recrudece el deseo, allí se destierra el daño por el daño. No se recuerda el momento en que la niña torció sus días calidos, se ha diluido en el devenir, en esa sucesión de días idénticos que lo transforman todo. Llegado el horror, se esfuma. Desde la ventana la vemos desnuda, impaciente. Son las 20:00 horas en este instante.


Nada nuevo acontece.
Desde esta ventana la observo. Mis ojos son una cámara que abandona la historia inconclusa de una muchacha. La imagen se empequeñece para abarcar la calle, la ciudad en su conjunto después. Observo allí abajo cómo una pequeña criatura, de la que casi no percibo ya su desconcierto, comienza a caminar entre las sombras. Es ya otra sombra más que ha esquivado al azar.
Resulta tan pequeña la imagen que cobro conciencia de mi, de esta habitación desangelada y oscura. La mirada penetra y cae sobre mis músculos dormidos. Son mis ojos omniscientes. Pronto se hará la luz en las paredes cenicientas y serán rescatados desde las sombras el monitor y este insano teclado. Recupero el movimiento. Impaciente, el cursor, parpadea. Usuario: JUAN. Después la contraseña, cuatro asteriscos que ocultan una palabra.

miércoles, 25 de marzo de 2009

leve 7

Y a las ocho de la tarde acontecerá aquello que conduce a Dita a ningún lugar cierto. Así fue escrito, fue dicho con los impulsos táctiles de un teclado, una orden que quedó fijada por breve espacio de tiempo en un servidor lejano. Así habrá de ser. Pronto la curva de una elipse se cierra para dar paso a otras órbitas minúsculas, pequeñas vidas que se estampen contra las paredes limpias de esta ciudad. Aunque se trate de un esfuerzo improductivo que concluirá sin razón, esta acción innecesaria, inútil, será cumplida en este punto gratuito: las ocho de la tarde.
Las 20:00 horas caerán sobre esta joven con estruendo. A pesar de su juventud Dita sabe que su acción quedará silenciada por una ciudad impasible, ajena al dolor. Ya aprendió que el revuelo es suplantado por el revuelo, pues las novedades son olas que se suceden, que envejecen a golpe de brusquedades nuevas. Ahora sus hombros se encogen ajenos a su voluntad, pero aún falta algún tiempo para el término exacto. Dita vuelve a su muñeca, a su reloj sincronizado. Si algo sabe de Dadá es su pulcritud con el tiempo. En este instante anterior la rodean las sombras de sus conciudadanos. Siente frío.

jueves, 19 de marzo de 2009

leve VI

Son las 17:51 horas cuando los músculos del rostro desdibujado de Dita se contraen con el propósito de amortiguar un golpe imaginado. Mira sobre su muñeca derecha pero sólo consigue adivinar la esfera blanca. Las manecillas de su reloj se han diluido en la película de humedad de su llanto mudo. Tras la cortina del tiempo un reloj de arena. El cursor se hace acompañar por este símbolo mientras se ejecuta el programa. Cuando Juandu se marchó Dita se apropió del ordenador. Siempre sospecho, o quiso creer, que él, en su repentina marcha, lo dejó para ella. De esto hace ahora unos cuantos de años.

DITA_15: me aburría
DADÁ%: Hola dita15
DITA_15: estaba haciendo las tareas del cole dadá.
DITA_15: DADÁ%
DADÁ%: Del cóle? Cole… ra
DITA_15: Jajajaja … estás enfadado??
DADÁ%: Enfa …… dado? y si es enfadada? Soy Dadá% ¿¿recuerdas
DITA_15: ¿Todos los días eres Dadá? Es la primera vez que entro en el chat…. Yo soy una chica y tu?
DADÁ%: una chica que hace sus deberes, con su lápiz y su papel
DADÁ%: eres bonita? Afro… DITA?
DADÁ%: … juraría que tienes 15 años, mira tú por donde. O quizá tienes 13, pero ansías tener 15.
DITA_15: tengo quince
DADÁ%: por qué quieres tener quice? Qué me harás cuando tengas 15

La conversación se empuja a sí misma hasta perderse en el extremo superior del monitor. La frescura esta abajo, el verbo vivo del teclado se sucede con presteza. Al sur las palabras se topan con instintos bajos, apuntan a un infierno cálido. Cuando nos asomamos a un precipicio jugamos con la idea de caer.

miércoles, 18 de marzo de 2009

leve 5

Bajaba la escalera con el dibujo en la mano cuando advirtió la llegada de Juandu. En el suelo del portal, a la espalda de su hermano, reposaba una caja. Sin conocer la palabra exacta no tubo problemas para traer a su mente la idea: aquella caja era sofisticada. El dibujo, que con tanto interés la había traído a la planta baja para recabar la atención de papá, fue relegado al olvido en uno de los escalones. Su hermano portaba ahora la caja y su sonrisa, que a duras penas emergía sobre ésta, era la más dulce de las sonrisas. Juandu, con el tiempo los sonidos se habían acomodado en aquel resumen fonético, mi dulce Juan, así era llamado por la mamá de ambos. Amplia y fulgurante, la curva de su sonrisa, bailaba sobre el cartón plastificado y bajo sus ojos encendidos, un brillo mágico anidaba en ellos. Dita percibió esto al instante, el interés por aquella misteriosa caja fue máximo.
Aquel objeto con maneras de electrodoméstico acabó siendo el ordenador, el primer ordenador, tan lejano para aquella niña. Tan cercano para esta joven. Pronto serán las 20:00 horas. Las lágrimas impiden a una Dita vestida de colegiala ver el movimiento incesante de la ciudad. Dos húmedos surcos excavan la artificial blancura de su rostro. Imagina fugazmente los ojos de los viandantes clavados en ella, la muchacha impasible y firme que llora. No acaban de parar pero ralentizan pronunciadamente el paso para observarla. Una loca más. De esto abunda en la ciudad.

lunes, 16 de marzo de 2009

leve IV

Llegadas las 17:45 horas esta línea de sus labios vibra golpeada por la pena como un sofisticado instrumento musical cuyo sonido no pudiera ser percibido por el tosco oído humano. En la superficie combada de sus cristalinas lágrimas se mira coqueto el movimiento incesante de la ciudad. Las elipses que traza la vida de esta urbe revolucionada suponen la actividad de un tío vivo frenético. Si algún individuo desdichado pierde contacto con el movimiento regular de este artificio, por inercia, acabará estampado contra las paredes de la historia minúscula de las gentes sencillas. La muchacha de rasgos orientales, entre silenciosos sollozos, se levanta. Se enfrenta al momento fatídico, la resolución es firme, no caben titubeos. Su rostro lo cruzan dos límpidos torrentes de tristeza. Su mirada vidriada la ayuda a inhibirse.
Hubo una vez en que Dita había sido pequeña de verdad. El aroma de los lapiceros de cera le llegaba al olfato en medio de la cálida placidez. La luz generosa inundaba la estancia. El papá de Dita estimaba y aplaudía cada uno de los dibujos que ella hacía. Todo en su universo se movía según el rito para el que había sido concebido, todo estaba en orden. En esta ocasión la cera verde se deslizaba sobre el papel allí donde la pequeña quería representar la hierba. Sobre este campo frondoso una casa se alineaba junto a un grupo unido por las manos, en el que Dita era representada con coletas y asida por papá y por su hermano Juandu, y sobre ellos un sol amarillo de sólidos rayos.

sábado, 14 de marzo de 2009

leve 3

Probablemente queda poco para que me abandone, pues es ya poca la conciencia que tengo de mí. No hay nada motriz en este tímido suspiro de identidad. Lo trascendente se mueve allí abajo, en el mundo. Quizá decir mundo es concretar poco. Las historias se suceden en parcelas acotadas. La mirada debe descender para contemplar el rostro de esa niña, qué digo… quién dijo niña, esa joven acaba de llegar. Ha mirado ha ambos lados de la calzada, mirado su muñeca izquierda y después se ha sentado en el banco sabiendo que son las 19:17 horas del viernes día 13 de marzo del año 2009.
La muchacha viste como una colegiala pero bajo sus vestidos se adivinan las formas de un cuerpo adulto, voluptuoso, que intenta sin éxito expandirse más allá de los tejidos que lo contienen. El rostro ovalado, más claro de lo común, recuerda a japones y geishas. Una línea severa circundada por un intenso rojo carmín transmite seriedad. El horno no está para bollos.

viernes, 6 de marzo de 2009

leve II

No guardo memoria del momento en que la luz abandonó este espacio. Del instante puntual en que las tinieblas hicieron de mi cuerpo un objeto inmóvil. Por ello, este habitáculo, que contiene la pesadez nebulosa de mi existencia palpable, cobra en mi conciencia identidad de caos, de mitología antigua dispuesta para el olvido. Todo él y la suma de mi yo físico conforman una unidad, una entidad que es una realidad lejana de la que procede una mirada. Todo esto es tan antiguo, resulta tan lejano, que hoy esta mirada soy yo. Y de este lado sólo existo yo, la mirada omnisciente que otea la ciudad, y sus márgenes, el emplazamiento del que os hablo.