lunes, 4 de junio de 2012

... viejo...


            No he dejado atrás una cadena perpetua, o quizá sí, pero esta playa que piso por primera vez será mi Zihuatalejo y acondicionar aquella barca varada en la arena podría ser mi labor más trascendente. He desnudado los pies y siento el agua mojar los bajos de las perneras de mis pantalones. Miro mis pies blancos y deseo transmitirles que borren toda experiencia anterior, que hoy juntos comenzamos a caminar de nuevo por primera vez.
            A pesar de que yo festejo esta llegada no es día festivo en el calendario del lugar y por ello hay poco movimiento en la arena a pesar de la hora del día y de la meteorología tan propicia. Me he cruzado con unas chicas de piel inusualmente bronceada para lo iniciático de la temporada de baños que portaban sendos calipos de un verde apetecible. Tengo sed y sonido de risas juveniles en los oídos. Probablemente no han reído pero eran tan jóvenes que no descarto que se pueda uno reír y festejar la propia lozanía al cruzarse conmigo; ya no oigo del todo bien.
Allí, a unos metros del agua, un atractivo joven de unos cincuenta años contempla la línea del horizonte, quiero creer que deleitado. Con mayor previsión que yo lleva recogidos los bajos de los pantalones, de un azul marino de lo más afortunado, como los llevaría un pescador que hubiera calzado unas botas de goma minutos antes. Este hombre soporta todo su peso sobre los codos dispuestos en la arena a su espalda. No hay embarcación cerca de este potencial marino. En la distancia varios pescadores no apremiados por el tiempo dibujan sus siluetas quietas junto a las cañas a las que les adivino un hilo de aleaciones de distintos materiales tan sofisticadas como improductivas. Sin duda son aficionados y la renta de su actividad la extraen del hecho de gastar su tiempo. 
            En un kiosco del paseo marítimo diviso cierta actividad humana, quizá es aquí donde las muchachas adquirieron los apetecibles polos. Cuando llego al establecimiento unas gaviotas revolotean sin mucha convicción, probablemente no les causo mucha inquietud y se han puesto a salvo para no ofenderme, mi presencia difícilmente puede parecerles la de un ser humano. Sonrío agradecida a estas sabias criaturas. Mis dientes, otros dientes ya, son blancos. Recordando esto mantengo la feliz curva de mis labios como carta de presentación  para dirigirme al dependiente.
               En todos estos años, que no son pocos, tomé un helado tan exquisito, tan relajada, contemplando esta otra vida de un modo tan poco apremiante. El azul, el sol, todo es nuevo, a estrenar...