lunes, 26 de octubre de 2009

Otoño

Una suerte de lluvia escasa y remolona cae sobre el vidrio de la ventana. Se mezcla con el polvo de la cara exterior del cristal trazando breves líneas ocres. Delante está ella, sentada en la mesa central de la cocina, que recibe la escasa luz que entra acentuando parte de su pelo y uno de sus hombros. Se cuida de saludarme. Toma un café mientras suena esa ópera, la Bohème de Puccini casi con toda probabilidad. Las cuatro cervezas del almuerzo revolotean mi conciencia, he quedado transpuesto en el sofá del salón y las llevo agarradas a la lengua, a la garganta, al esófago. Casi estoy soñando aún, pero soñando con nada, cuando emito un sonido gutural a modo de saludo:
— …
— ¿Qué?—, el aire sale de su boca a regañadientes y los fonemas se dejan entender ayudados por la costumbre.
— No. Nada— las palabras se pegan a las paredes secas de mi boca. La idea otoño, apuntada, casi carente de significado, aflora a mi mente. Y a medida que se va haciendo presente, cobrando significado, la identifico con nosotros, con ambos.
Esta mujer, a saber quién es, se levanta y sube el volumen del reproductor de cedés. Entre los dos se forma el cómodo obstáculo del sonido.