domingo, 2 de octubre de 2011

... verde...

Llega el otoño, llega la tarde y llega mi familia a este nuevo hogar. El suelo de este salón aún desnudo, que es de madera pulida, invita a desnudar los pies. Me imagino a mi misma soportando una taza de café y observando el jardín a través de los hermosos ventanales. Cuando tomé la decisión que me ha llevado a estar aquí ahora, esa vista a través de los amplios cristales tuvo la facultad de sojuzgarme; ya entonces visualicé mi imagen con la taza en la mano. Me sentí algo básica sabiéndome consciente de que esa estampa procede de los cientos de películas vistas. No es real que forme parte de mí, ni de mi modo de sentirme bien. No soy hogareña. Lo cierto es que suelo tomar el café fuera de casa y desde luego en vaso. Supongo que por todo ello hace unos días compré unos vasitos de vidrio con un engarce metálico que los convierte en un híbrido entre vaso y taza. Me he dicho hasta ahí puedo leer y sonreído. Quiero limpiar muy concienzudamente esos cristales de los amados ventanales. Quiero que todo sea perfecto. Pronto estarán aquí mi pequeña y Gonzalo.

Cuando nació la pequeña él estuvo tan cariñoso, fue todo tan maravilloso, que decidí casarme. María entre los dos, entonces liberada ya de traumas y dolores, hacía bonito, era una recién nacida hermosa; me vi por primera vez como parte de un todo. Estas imágenes sencillas se están apoderando de mis decisiones. Entre sábanas verdes, sudores y olor hospitalario, con nuestra hija de hermosos labios ya entonces reposando sus primeros minutos entre ambos, lo miré a los ojos y lo vi. Descubrí al Gonzalo que podía ser para siempre y sucumbí a su petición de casarnos. Reímos a carcajadas mientras la matrona pensaría que éramos unos personajes de ficción.

Lo que más me gusta de nuestro nuevo jardín es el olivo. Este árbol convierte el espacio verde que tanto necesité siempre y del que ahora podemos disponer en un lugar mío, inspirado por mí; alguien dijo una vez de una de mis esculturas que parecía un olivo, muchos rieron por el ingenuo comentario excepto yo, aquel joven resultó ser Gonzalo. Al jardín lo rodea una empalizada de ladrillos rojos por los que han trepado el musgo y las enredaderas que nacen en los arriates a los pies del muro. Todo es salvaje, descuidado a propósito en los arriates. Por lo demás el espacio lo cubren un césped bien cuidado y mi olivo, que contribuye a ese minimalismo formal con su majestuosidad. En mitad de la hierba el árbol se asombra del verdor sobrecogedor que lo rodea.

En lugar del café de mis ensoñaciones he encendido un cigarrillo. Gonzalo se retrasa con nuestra hija. Tras el muro y la verja de metal cerrada a cal y canto la tarde se desploma sobre los edificios del pueblo. He observado con deleite como el círculo dorado del sol, que incendia un cielo otoñal, acaba de ser ensartado por la forma afilada de la torre de la iglesia.

Han llegado oscuridades al jardín y del negro del muro el silencio ha arrancado un frío que me corre la espalda. Es extraño lo que tardan. No sé cómo pero tengo una manta sobre los hombros. De entre las sombras parece como si el capricho de mi mente formara formas humanas, personas quietas que me miran mientras yo me amparo tras los ventanales. Son numerosos y algunos reposan su quietud sobre sillas de dos ruedas.

Es intolerable lo que tardan Gonzalo y la niña.