lunes, 1 de julio de 2013

... ovillo...

                El profesor comenzó su exposición ante su auditorio: «Estimados alumnos no se llamen a engaño, no soy tan raro. Ni siquiera tan distinto a vosotros. Sé que mi afirmación de la clase precedente les pudo parecer el delirio de un pirado. Lo sé y lo comprendo. Cuando les dije que tengo constatado que algunos objetos, en un momento o vida anteriores, fueron personas, ustedes en sus pupitres arrugaron el entrecejo y sus bocas parecían la de peces fuera del agua, quedaron anonadados, cuchichearon los unos con los otros y no quiero ni imaginar los calificativos. Sin embargo hoy les traigo la prueba definitiva. Presten atención». Dicho lo cual, sacando de su maletín un ovillo de lana y lo que parecían unos auriculares, tan sencillos y carentes de sofisticación como los que proporcionan en el Ave, se dirigió al púlpito solicitando la asistencia de uno de los alumnos. Una vez hubo conseguido que un estupefacto muchacho accediera al estrado le proporcionó a este el micro que conecta con el sistema de audición de la clase y colocándole los auriculares en los oídos le pidió que transcribiera lo que iba a escuchar cuando él insertara la clavija de los auriculares, sin más sofisticación, en el corazón del ovillo de lana. Todos pudieron oír la voz del muchacho a través del sistema de sonido del aula: «… constantemente te pienso, pero cuando mi mente construye la frase «te echo de menos» una tristeza infinita se apodera de mi ánimo; al llegar tan sólo a la segunda «e» mi nariz se ve alterada, sucede algo extraño que complica mi respiración y se vidria mi mirada. Cuando mi voz interior pronuncia la palabra «menos», esa idea que resta tanto de mí, me transformo en un ovillo de lana vieja, pasada de moda, y supongo que nadie querrá hacer un bonito jersey conmigo…».