miércoles, 29 de junio de 2011

... blanco...

Me he ido llorando. La muchacha de la triste figura está desnuda. Su cuerpo blanco y flaco es un huso profanado por la tinta de distintos colores que decoran su orografía sencilla. Las formas de esta joven muestran un relieve suave, no aventuran depresión ni estridencia. Desde antes que se insinué su codo un tatuaje de puro ornamento multicolor, sin representación concreta, se derrama hasta la mano; allí se enreda en la profusión de anillos que visten sus dedos afilados y atractivos. Además una mariposa extiende sus alas desde la escasez de uno de sus pechos para llegar hasta una magra nalga, aquella que le es más lejana, tras atravesar el costado y la espalda. Dan vida a este hermoso insecto sencillas líneas que respetan el albor de la carne de la mujer. Por lo demás todo es blanco, muy blanco, albino alrededor de su azabache monte de Venus. Cabello ralo, ojos oscuros en oscuras cuencas y dos pezones apuntados conforman el resto de accidentes, pues son en ella blancos hasta los labios. Adivinamos su esqueleto algo encorvado bajo este envoltorio limpio, de pura leche, y querríamos pensar que esta persona está diseñada para ser un calmante para la lujuria. Sin embargo sus ojos, su silencio, su oscuro triangulo me invitaron y el deseo se había instalado en mi. Siento en ese instante el calor del güisqui en la garganta y cómo bombea mi corazón la sangre que llega a mis sienes. Los labios mudos de esta mujer, nada voluptuosos, permanecen impasibles, como si alguien hubiera trazado una línea para engañar a la sumisión de un rostro sin voluntad ni oposición, sin posibilidad de queja. En la habitación olía a un excesivo ambientador dulzón que empujaba a mi consciencia hacia la caída, hacia la nada. Me precipito sobre ella con torpeza y la abrazo sin soltar el vaso. Permanecía impasible mientras mis brazos se anudaban detrás. Una de mis manos se aferra a la muñeca por encima de mi otra mano vertiéndose así parte del contenido del vaso sobre la nalga de la chica. Nada. Ninguna palabra, ningún suspiro. Ningún movimiento. Me aferro excitado a un cuerpo que permanece impasible en mitad de la habitación, erguido y con los brazos a los lados. Ahora brotan las lágrimas. Mis lágrimas. Les dije que ya me había ido.    

lunes, 27 de junio de 2011

... amarillo...

Los girasoles me hablan. Me dicen con sencillez que son amarillos, muy amarillos. Inundan los campos extendiéndose desde ambas riberas del rió de asfalto líquido y pegajoso por el que conduzco. Trigueros. San Juan del Puerto. Girasoles, que son una sabana ligera de un amarillo intenso, que cubren toneladas de tristes aceites y mejores pipas. Girasoles que me recuerdan para siempre una oreja amputada y la obsesión del arte, también lo penoso e inmundo de esto mismo, el arte. Amanecer dorado que se sonroja del dorado de los campos. El sol es una pataleta pálida que, sin embargo, alumbra mi camino. De este lunes repetido en mil lunes que lo preceden recordaré siempre el color de los girasoles parlanchines y este amanecer menor, sin fuerza, incapaz de ser amarillo.