martes, 16 de marzo de 2010

Génesis

Amaneció en la ventana. Y al cabo amanecía ya en las tapas ajadas de aquel libro. La luz del sol llegaba hasta él arrancándole el vago recuerdo de su contenido. Ese libro, la noche anterior, me había tenido hasta el borde de la vigilia contemplando el firmamento, sumido en la dulce concepción de mi pequeñez. A través de esa misma ventana, absorto en el fulgor de estrellas engalanadas por la poesía, me había hecho por primera vez preguntas cuyas respuestas, aún veladas y oscuras, imaginaba habrían de ser tan fulgurantes como aquellos hermosos y milenarios astros.
Ahora los rayos solares amenazan con proyectar su luz sobre el embozo, aún sumido en la grisácea penumbra, bajo el cual mis pies dormidos sueñan con mágicas peregrinaciones. La claridad entra sesgada en la habitación, es un ejército de hormigas hacendosas que, muellemente y sin descanso, avanza con el propósito de coronar la cima de mi cuerpo descansado. Ahora tengo la certeza de que este cuerpo ha sido hasta ayer un conjunto de dependencias vacías al que ha llegado un inquilino nuevo e inquieto, ávido de conocimiento. Me desasosiega profundamente el descubrimiento de saberme un alma.
La progresión incansable de las hormigas ha inundado ya cada rincón de la habitación. El momento en que los rayos de luz han alcanzaron los macerados e hieráticos pies del crucifijo que pende de la pared por encima de la cabecera de mi cama, siguiendo la sucesión de mis elucubraciones, ha llevado a mis pensamientos a un punto que, asustado, he arrojado de mi mente prestamente. Permanezco en la cama con la sensación de estar fuera del engranaje lógico de mis días anteriores. Esta extraña metamorfosis, como apoteosis del proceso iniciado la víspera, expulsa ahora de mi cuerpo al firme auriga que fui, y que asía férreamente las riendas de su existencia, dejando entre sus paredes a una marioneta ansiosa por contactar con el otro extremo de sus hilos.
Tengo ante mí la tarea nada trivial de conocerme.