lunes, 20 de octubre de 2008

... tres ...

La playa se extiende virgen ante la mirada del viajero. Aquí no hay máquinas que se ocupen de la tarea de remover la arena, cada blanquísimo grano ocupa su lugar en el espacio; si el hombre tuvo algo que ver con su devenir, fue en tanto que es una presencia más de este entorno. Las olas avanzan regularmente sobre la leve pendiente para retirarse acto seguido, este juego incesante agrada al oído del recién llegado. El hombre se afirma que el lugar es un paisaje nuevo, distinto a las playas que conoce.

Hace horas que llegó este hombre, desde entonces el sol se ha sumergido en la distancia. Aún tenía el astro fuera la cabeza y el océano conservaba, dispersos sobre la superficie del agua, fragmentos de su anaranjada pigmentación que se habían diluido en las linfáticas ondas en el momento de la inmersión. El viajero, absorto, continuaba en su contemplación. Después se sumerge definitivamente la oronda luminaria y una luna coqueta y estilizada, estandarte de los ejércitos sarracenos, muestra su curva luminosa en medio del firmamento y reflejos argentados en el espejo de cielo.

Permanece quieto el viajero y quietas sus escuetas pertenencias atrapadas en un bolso de viaje quieto junto a sus pies. Es una estatua de sal que contempla. El hombre ha llegado a su destino anhelado. No hay ninguna urgencia y le llevará horas realizar un movimiento. Probablemente este movimiento sea caer sobre la tierra que lo acoge y besar este pequeño rincón del mundo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

alfonso macias
De la libertad a la belleza, no hay ni un paso siquiera. son la misma cosa con leves matices, que las acercan.
bienvenido al Nuevo Mundo...........