martes, 5 de agosto de 2014

... a remar... Primera Jornada...

Antes de partir, cercano ya el ocaso, he querido botar la embarcación y señalar el acto con la rotura de una botella sobre su pulcra madera. Las burbujas sobre el casco que brillaba han resultado chispeantes. Después he señalado mi firme decisión con un tributo de fuego. 
Hoy han volado pues las cenizas de eso sin nombre ya, como alegorías aladas, diminutas y livianas de un vínculo que fue. He incinerado primero la realidad impostada que daba sustento forzado a una quimera. También he inhumado cada emoción del pasado; quería que desaparecieran presa de la combustión, pero fue sin éxito, pues este fuego, tristemente avivado por mi reticencia, no prende en lo insustancial. La unión devenida en vacío se ha deshecho en el aire con premura, pasto de los escasos o falsos mimbres que la sustentaban ya. Y ha quedado en el ambiente, y cercano a mi olfato, un efluvio suavemente amargo, una presencia con matices de dolor antiguo que se desvanecía. Así pues, como una psicomagia que bien pudiera haber propuesto mi amigo Jodorowsky, el trozo de papel que albergó un nombre manuscrito se ha desvanecido. Y yo noto un pinchazo añejo y flojo en el corazón y confío que un viento cariñoso de este extraño verano se lleve junto a las cenizas la punzada, y deje en mí el orificio inocuo, como recuerdo amable de lo que fue amar.
Sea pues ese amor mi tatuaje marinero sobre la piel en presencia de la sal que tiene desde siempre la propiedad de conservar. Conviva, no ya como recuerdo sino como esencia que me rehízo, como experiencia que me gestó, coexista en mi dermis y mi naturaleza, habite en mí siendo yo; y boguemos, con brío y decisión. Veo en este instante los remos hundirse en las olas doradas. Ahora el ocaso escenifica que los humos grises se dirijan hacia otro mar y deje francas las aguas que avisto limpias desde la popa.
Es necesario,  y no un capricho, que el sol se hunda en el océano. El naranja se apaga ya en la distancia, en la inmersión óptica sonrío, mientras entre las jarcias el graznido de los albatros ulula junto al viento y el crepitar de las junturas de madera. Esta embarcación que llaman la Nao, como una broma que consideré estúpida ayer, me invita hoy a partir hacia mis descubrimientos. Las bodegas de esta escuálida nave albergan las cuatro cosas que puedo precisar: una pipa de lobo de mar, y tres metáforas más.   
                Me rodea una inmensidad de agua que me hace pequeño, tanto o más de lo que me hizo querer sin fisuras. Pero me intuyo gigante, mis manos espléndidas y fuertes asen con decisión el timón. Me sé responsable de mi deriva. Soy la causa y soy el efecto. Este océano que aparece tan azul en los mapas y que en mis recuerdos alberga toda suerte de criaturas fantásticas me acompañará. Escoltará mi desvío, y antes de avistar las costas de Panamá yo habré de ser ese marinero que ansío y exploraré esa tierra explorada.

                De toda esta travesía y aventura tendrán cumplida cuenta.  

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