jueves, 3 de marzo de 2011

... un beso de anuncio...

Ahí la veo llegar con mil bolsas. Es de una belleza silvestre, ajena a la urbe. He visto cientos de películas de aventuras en las que la heroína conjuga con maestría una belleza serena con lo intrépido de su actitud indómita, el carmín en los labios con las botas de montaña. En mitad de la selva aparece, casi siempre surgiendo desde una modesta e incómoda tienda improvisada, vistiendo un traje de noche, linda, y se dirige hacia el fuego de campaña resuelta y femenina. Esta mujer, versada en el uso de la navaja multifunción, suele ser de cabello no muy largo, rubio y con cierta ondulación, y es capaz de salvarte de las garras de las más fieras alimañas para después hacerte sucumbir bajo su mirada sólida, tranquila y resuelta.

No debes amarla nunca. Tengo que sonreír al pensar esto. Se mueve por el mundo sin ataduras, libre; su bien más preciado es su ausencia de compromiso. Jamás se adaptaría a Nueva York, donde al parecer no tener pareja es pecado. Podemos admirarla, o sólo mirarla, solazarnos en la contemplación pues es muy hermosa, podemos tocar u olerla, pero jamás amarla. Vuelvo a sonreír, amargamente ahora. En ese terreno es distante, efímera, su recuerdo un efluvio que jamás desaparece de la ropa. Ausencia sería su nombre.

En la ciudad está constreñida por lo absurdo del tiempo, algo de otro planeta, su mundo comienza donde terminan las ciudades. Su sonrisa es de un albor luminoso. Es muy linda, sí, pero nos jode que llegue tan tarde. Siempre llega tarde. Todo eso que hemos ido gestando, las reprobaciones y quejas, tan justificadas, se caen al suelo como hojas secas cuando ella llega y te sonríe. Te dice lo siento. Te muestra su sonrisa, te desarma. Te besa. Es un beso químico y dulce. Puedo imaginar el carmín pigmentando mis labios.


El coche queda a mi espalda, quizá abierto. No puede ser esa hora. No debe ser esa hora. Corro con las bolsas en la mano y las llaves en la boca. Tengo asido el llavero de pasta rígida y negra con los dientes para evitar que la pintura de mis labios se degrade. Este rojo intenso me costó tres euros. Es de una fijación sencilla pero me gusta a rabiar el tono. Cuando lo vi, me lancé a por él. No puede ser esa hora. Las tetas me van a salir por encima de la camiseta. No llevar sujetador me pareció acertado antes, ahora es un engorro. Debo seguir corriendo. Si al menos pudiera cubrir o sujetar mis pechos con uno de los brazos, pero mis manos están ocupadas por las bolsas ¡qué espectáculo! Siento las miradas de la gente justo encima.

Tanto luchar para llegar con los labios en su rojo más intenso, este carmín que me mata, y ahora voy y lo beso. Me recreo en el beso, en la cálida humedad de este beso.





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