viernes, 5 de noviembre de 2010

... movimiento de cámara...

Abajo la ciudad permanece dormida. Los sonidos se ocultan en la distancia. El movimiento lo hace en el interior de edificios diminutos. Hay formas y contornos urbanos que irán cobrando presencia a medida que nos acerquemos, son aún rectángulos cabezudos. Aún apuntadas, pronto adivinaremos antenas y ventanas esbozadas por la realidad de una ciudad sobre la que cae la primera luz. En este instante, en la distancia, en los dominios de la urbe, conviven los rayos de un sol nuevo con las luces artificiales de la noche que acaba. En la azotea de ese edificio hay ropa colgada en unos hilos vencidos por el peso. Aquella sábana, estandarte de ese ejército doméstico de calcetines, ondea mecida por la brisa perezosa que se mueve en la altura. La mirada cae por la fachada del inmueble y se topa con ventanas cerradas a cal y canto, sucias, con la pintura desconchada y su color desvaído. El paso del tiempo deja ver como los rayos solares se aproximan para, como un embozo cálido, nuevo y limpio, cubrir el cuerpo aterido del edificio. Su luz acaba penetrando por una ventana cuya persiana cuenta con orificios regulares en su superficie sucia y polvorienta. En el interior de esta habitación óvalos de luz espejean sobre paredes y muebles, sobre un lecho que preside la estancia. Las paredes están desnudas, no hay cuadros ni objetos colgados, excepto por encima del cabecero de la cama donde a modo de crucifijo profano vemos a Vera Miles en un cartel de cine. Junto al camastro hay una desvencijada mesita de noche sobre la que la luz ha rescatado de las sombras una serie de objetos: un paquete de cigarrillos, un mechero, un libro en el que se lee HARUKI MURAKAMI Tokio blues Norwegian Word, un reloj, un teléfono móvil y unas monedas. Además de esto la habitación sólo cuenta con otros dos muebles, un viejo armario y una silla. Entre las sombras un hombre de unos cuarenta y cuatro años llora desconsoladamente. La mirada se fija en sus ojos arrasados por una cortina de humedad, enrojecidos, y los penetra después. Entre las neuronas se conduce un impulso nervioso, dolor, pena, no sé, es un lenguaje eléctrico.

4 comentarios:

Juan Duque Oliva dijo...

Un amanecer más y como cada día algún camino se divide en dos o el dolor golpea con fuerza, como este sol que ilumina nuestras alegrías y miserias.

Besos

Anónimo dijo...

"...la ciudad parece dormida..."

La ciudad parece mi amiga,
hoy es mi día y nadie me lo va a arruinar.
Las chicas de la esquina ríen con picardía,
yo se que es lo que quieren y se lo voy a dar.

Yo digo saltaaaaaa.....

Semariló

venus* dijo...

Una corriente de sensaciones dormidas despiertan a la vida en forma de grandes rosas que acaban de abrir.Con su olor,rompe los sueños que,por no recordarlos se agolpan en lo hondo y sus colores son la bella muestra de un gran cambio a una nueva vida.
(hay que vivir cantando).
venus*

Unknown dijo...

Luz... quizá conviene llorar para alejarse de la risa que habrá de venir y así poderla identificar con la dicha...

Semariló... ¿una copita de Tequila? Oju...

Venus... en conversaciones con Migo, que te conoce, he sabido que eres especial, que me encantas...

Besos a todos