viernes, 26 de diciembre de 2014

Nazaret 6

Porque después nos vimos muchas veces más, esporádicamente, hasta que dejamos de vernos en años. Eso nos modificó a ambos; no sé qué persona sería yo sin haber compartido aquellos encuentros con Nazaret. A veces pasaban semanas, o un mes, pero volvíamos a encontrarnos. Ella venía con cierta frecuencia a Villasperanza del Valle. Por entonces trabajaba en una pizzería de la capital y se escapaba con ese propósito hasta allí. Nos encontrábamos directamente en la habitación del hotel. Recuerdo que en la ducha siempre cantaba canciones de Janis Joplin y después, una y otra vez, me contaba la misma historia sobre su encuentro en los estados unidos. A mí no me cuadraban las fechas, ¡pero su relato era tan veraz!    

martes, 23 de diciembre de 2014

Nazarete (5)

Su pubis, ese vello oscuro en mitad de la piel blanca, escoltado por las estilizadas piernas que adoro, era tan hermoso, la letra perfecta con la que empezar una vida, o al menos aquel viernes. Me molesté en apoyar sobre el suelo el pie derecho a pesar de contar con escasa conciencia ya que toda mi energía cognitiva estaba depositada en la tarea de mirarlo. Era una dulce ráfaga de oscuridad en mitad de un albor reposado, un animal entrañable en mitad de la taiga nevada que clamaba de nuevo mis caricias, mis besos más delicados. El pelaje de esa criatura suave albergaba su olor, yo lo sabía hacía sólo un instante, y ahora mi olfato y mi memoria pugnaban por hacerlo relevante. De mis labios salieron las palabras acompañadas de un impulso de viento. La ráfaga iba dirigida a la parte pero me sobrecogió descubrir que el destinatario era el todo:
            — Te quiero.
            — ¿Ein? 
            — Creo que también me gustas por dentro…
            — ¡Dios! ¿Has vuelto a fisgonear mis radiografías?
Aquella mañana reímos de lo lindo. Carcajeamos sin medida Nazaret, su coño y yo. Pero de los tres, sin revelarlo en ningún momento, yo empecé por mi cuenta y riesgo a amar.
            Así nos fue a todos después. 

miércoles, 17 de diciembre de 2014

Notas Nazaret (4)

                ... hace frío. Cada vivienda dispone de un recoleto jardín en la parte posterior del edificio. Allí cae el sol cuando el sol cae. Nadie, si acaso remotamente, visita el lugar. Sí lo hace la mala hierba y los arbustos que la humedad y el paso del tiempo alimentan. Allí permanecen vivas las plantas que la mamá de Nazaret cultivó con esmero. Se trata de un minúsculo rectángulo de vivos colores, de colores vivos, recortado en mitad de la desidia. Una verja de rombos metálicos separa este diminuto paraíso de la inacción. Surge altivo, en su pequeñez, ante la frondosidad natural que devora la presencia humana indolente o su simple ausencia,  acotado por el asfalto limpio que lo antecede y las parcelas abandonadas por los vecinos. Resulta evidente que estos jamás miran hacia allí desde sus casas confortables. A la entrada, asido a la verja, un escueto cartel anuncia, en español: Ático B. Una bicicleta se apoya en la malla metálica y la esquivo para tomar la entrada que se ofrece franca. Adivino, en cada planta, la mano de un esmerado jardinero. Habré de asumir este coste como exige la nota de Nazaret que encontré en el apartamento. Nada sé de cultivar y cuidar plantas, toda mi pericia con ellas descansa en mi deleite, en su observación… ellas me dicen cosas y el azufre que recorre mis venas se disipa. Sé que pasaré horas contemplando estos escuetos parterres. Esta flora constreñida en el breve espacio de mi jardín será mi compañera todo este tiempo. Cuando mi obra haya tomado cuerpo independiente por sí, se separe de mí, y vea la luz, las ramas, pétalos y luces de este carmen se habrán mezclado con las páginas escritas. En cada línea, en cada palabra, habrán echado sus raíces. Así nos mezclaremos indisolubles este rincón de frondosidad extraordinaria, el tiempo y yo. Serán sólo unas cuartillas que surgirán de este destierro al que sonrío. Entre tanto las estaciones se habrán sucedido en Ochtrup…  

lunes, 15 de septiembre de 2014

... notas para Nazaret... (3)

Aún el azahar floraba las ramas de los naranjos a lo largo de la avenida. Aunque a esta altura de la estación eran ya escasas las lluvias algunos charcos se habían formado en las ondulaciones de la calzada fruto de un chaparrón extraviado. El aroma de la blanca flor inundaba el recorrido limpio y franco y Nazaret andaba con paso firme bajo el chubasquero translucido que le daba un porte cosmopolita. Estaba resuelta a representar el teatrillo de ser una chica feliz y moderna. A base de repetirse que lo era acabaría por serlo. Aunque reconocía esa canción no entendía el texto que escuchaba. El azar había querido que desde una radio en el interior sonara  Nothing'sgonna stop me now de Samantha Fox. Al pasar por delante de aquel café, que parecía despertar en mitad de la tarde sevillana con todos sus veladores ociosos en la puerta, esa música llegó a sus oídos, era la constatación visionaria pero ignota de su resolución, para ella eran sólo simples sonidos armoniosos. En la puerta el hombre que regentaba el local vacío  improvisó un silbido apagado. Sus labios dispuestos en círculo manifestaron en silencio la belleza de la muchacha.
                Nazaret sí reconocería en un instante el tema y el significado de I need a man to love de su admirada Janis Joplin. La había oído quizá mil veces. Precisaría tan sólo de un acorde para intuirla, para llevarla de la mano por su mente. En ese caso sus reflexiones serían injustamente amenizadas por ese tema. Aquella canción le encantaba, sí, pero su significado sin embargo se tambaleaba hoy. Estaba en cuestión esa verdad hasta ayer inmutable que gritara su ídolo  en el Hollywood Palace allá por febrero del 68 de la mano de Big Brother and the Holding Company. ¿Necesitaba Nazaret un hombre para amar? ¿Qué había ocurrido para que las certezas fueran penumbras? Sólo hacían unas pocas horas que sus labios habían estado enredados entre los labios y las piernas de una persona maravillosa. Y esa persona era cualquier cosa excepto un hombre.  

martes, 9 de septiembre de 2014

Notas para Nazaret (2)

… ahora sé que aquella dulce niña que rasgaba y se ocultaba tras la enorme guitarra que reposaba en su regazo era Nazaret. Aquello era el pueblo de Dios y sus festivas eucaristías al aire libre. Una mezcla de jóvenes y adultos en mitad de cualquier terreno estéril movidos por hilos perdidos en el infinito de la bóveda celeste pasando por ser los chicos de Siete Novias para Siete Hermanos, o los hippies de la Era de Acuarios o un centenar de miembros del cuerpo de Marines de los Estados Unidos, o todo ello a la vez y amalgamado. Allí las raciones cuartelarías en escudillas de metal mostraban con solvencia la otra idea nacida de la misma raíz que el comunismo, ésta benigna, que llamaban la comunidad. Todo era olor a madera y campo abierto, exigua vegetación entre eucaliptos y reposo y meditación. Pero también interacción entre las distintas ovejas del mismo rebaño. En una concepción entonces moderna del catolicismo a base de hojas de palma y frases evangélicas escritas con pinceles en cantos rodados, y piedras mayores grandes como tótems, la música tenía su espacio, era trascendente y fundamental. Ella hacía música y merced a ello se elevaba como patricia en un mar de plebeyos. Mi idea no era otra que ligar, claro. En mi vida he visto a nadie más hipócrita que ese yo de entonces. Cuando la hostia estaba en mi paladar y había cerrado los ojos, incluso apretando, me esforzaba por sentir cómo lo divino me poseía. Nada de eso notaba. No sentía que me inundara ninguna luz divina; y preso de la culpa y la frustración fingía. Y fingía tanto que llevaba mi representación al límite. Algo así como aquí está el Nirvana y viene para quedarse. Lo que más anhelaba a lo largo del ritual de la eucaristía era cuando finalmente el cura, que generalmente cruzaba la estola sobre una camisa a cuadros que acompañaba a sus vaqueros gastados, decía aquello de «daos fraternalmente la paz», o sea: carta blanca para el besuqueo. A por la guitarrista de la cinta cruzada en la frente iba yo que me las pelaba. Y tantos otros. Por el camino hubiera sido capaz de negar la paz al mismísimo Mahatma, si hubiera sido preciso, de estrangular con el cordón de algodón del que pendía mi cruz de madera a cualquier rival que se me cruzara en el camino. El caso era que, en el tiempo prudente que se concedía para ello, mayor que en la Iglesia del pueblo por lo que tenía cronometrado, yo pudiera recrearme tanto como me fuera posible en dar la paz a esa muchacha sin nombre, la diosa del cristianismo activo. Llegado felizmente a ello, a la vez que asía su mano para estrecharla, con la otra tocaba su cintura y mis labios se recreaban en los dos besos que ponía en sus mejillas. Qué dulce. Esa piel. Esos mofletes rosados y deliciosos que soplaban canciones con el apacible timbre de una voz casi indolente. En su rostro se representaba la desidia propia de la fama cuando se topa con la gentuza. Levitaba poseída por la luz que a mí me era esquiva. Ella pertenecía al grupo cristiano de moda, la élite de los campamentos y convivencias de la provincia: Brotes de Jaramago. ¿Qué otro fin perseguían aquellas convivencias? Nadie puede decir, a pesar de todo, que no aprendiera yo a amar a la prójima…

jueves, 28 de agosto de 2014

... mi vecina...

               En unos años ha modificado su aspecto, ahora es delgada. Quizá deba decir delgadita, ya que a su edad su enjuta figura resulta entrañable. Es cierto que La ropa que cubre su cuasiesqueleto es viva y abigarrada, que los colores son usados sin concierto ni modo. Pero no lo es menos que su sonrisa, archipresente en el óvalo luminoso de su rostro, da orden al caos. Toda esa fiesta pueril de lo cromático, de collares, sombreritos y pulseras, queda relegada a simple comparsa  en una figura donde sobresalta, hasta sojuzgar la mirada, la deliciosa curva perenne de sus labios amplios. Ellos son el recuerdo de su hermosura juvenil y el presente de ese concepto cuando lo denominamos belleza y lo hacemos imperecedero. En ella lo estridente es equilibrio como resultado de una simpatía evidente. Sus ademanes son graciosos y amables. Sonríe. Sonríe siempre.  
                Pero yo recuerdo a esta mujer siendo yo un niño, el gris de su atuendo y la sobriedad de sus movimientos. Recuerdo sobre todo las bolsas bajos sus ojos lejanos y la línea vacía de sus labios. En mi memoria aún se sucede ese pesado transitar la calle, ese arrastrar de bolsas, ese duro gobierno de un mar de carritos, niños y maridos.
                Hoy lleva en su brazo un reloj de Loewe blanco cuya pulsera podría atrapar su cuello sin dificultad que rueda por su muñeca arbitrariamente y sin descanso. Está en el portal de su vieja casa y sus movimientos son propios de ritmos del pasado pero es justo decir que baila. En este instante se ayuda de la otra mano enjuta, todo piel y huesos, para inmovilizar el reloj y poder ojearlo.
                Es evidente que espera a su amado.    

martes, 26 de agosto de 2014

... un tierno suspiro...

            Arrancó en mí un tierno suspiro de renuncia. La insignificante historio que os contaré, sin llegar a ser fábula —todo animal en ella fue humano—, depositó en mi ánimo una moraleja sin horizonte. Resultó un espaldarazo a la consecución anhelante de un todo. Asumir su enseñanza fue la antesala del conformismo más espantoso. Tampoco es una aventura real, ya que la realidad se expande por el universo sensible, es de palpar, mientras que esto ocurría en mi pensamiento. No dudo que en los demás produzca razonable indiferencia pero reconstruirla con palabras aquí lo exige mi noqueada identidad. Mientras que ustedes pueden mirar hacia otro lado sin mucho esfuerzo yo debo revivir y afianzar la triste lección que radica en su interior; al fin y al cabo éste es mi diario.
            Pasto de mi febril obsesión por ella imaginé que el mal más abyecto anidaba en la intención del hombre que era amado por quien yo creí amar. Fantaseé hasta darle crédito a su condición de asesino. Quería mi pericia que yo la rescatara a ella del golpe fatal último. Pero ¡ah, pobre y vulgar ser! ¿Quería yo salvar su cuerpo blanco y delicado, su cabello apreciado y sus dulces facciones de la muerte sin más? Ese acto sublime, puro y gratuito, distaba mucho de mi condición menor. Mi baja categoría quería ser héroe a sus ojos. Ganar sus favores, conquistar su corazón por la fuerza de mi espada, el reconocimiento de mi logro sería el fin que perseguiría mi acción.
            Soñaba con que su amor y favores serían la justa retribución de mi hazaña y que ella viviría para siempre junto a mí en una aldea diminuta del Peloponeso bañada por un mar tranquilo, alumbrada y reconfortada por un sol amable. 
            Ya la sangre azul, oscura y viscosa goteaba desde la cabeza cercenada. Mi mano asía con fuerza y rabia su pelo hirsuto. Ese ser tan deleznable que había pergeñado mi excitada imaginación moría a manos de esa misma industria. La más prolífica fuente de ilusiones recreaba las imágenes con la soltura de un creador compulsivo. Mi intelecto, factoría de aventuras y quimeras, daba paso sin solución de continuidad a la visión de los pies desnudos de ella transitando un manto de flores silvestres e inmaculadas. 
            Pero mi imaginación no supo engañarme. En el altar donde debía consumarse nuestra unión la miré a los ojos. Sonreía, sí; pero estaban tristes sus labios. El abismo que se expandía desde la superficie de su mirada tierna me produjo un vértigo insalvable. Agité mi cabeza con la intención pueril de que se desvaneciera mi pensamiento, para borrarlo todo.
            Así que ese hombre jamás murió. Sólo pereció entonces a causa de mi mente desdichada mi antigua capacidad de emocionarme dejando como tributo de ese holocausto un tierno suspiro de renuncia.   

lunes, 25 de agosto de 2014

... la dulce Clito... Segunda Jornada...

… segunda jornada. Todo es agua, todo es azul, el cielo se confunde con la inmensidad que me rodea en un todo anodino en el que el horizonte se ha diluido. Necesitaría rodearme de vida, de seres humanos, añoro sus palabras y movimientos. Las aves quedaron en la proximidad de las costas. Estamos yo y mi mente.
                He salido de una playa próxima al puerto de Palos, dejando a mi espalda las columnas de Heracles, que señalan el final del conocimiento y el punto de partida de mi nueva génesis. El mundo tal cual lo conozco quedó tras de mí hace horas. Así que he permanecido ojo avizor agotando la mirada con tanto escrutinio y albergando el delirio de toparme con la ignota Atlántida. Este deseo caprichoso es por poner en firme, ante la propia mirada, la que dicen sublime hermosura de la hija de Evenor.
                Tengo por cierto  que la contemplación de la belleza me predispondría a la fuerza, el ímpetu y las aventuras que preciso.
                Busqué la Nao durante días en los que tuve acceso a voces, fanfarronadas y chanzas marineras derramadas por roncas gargantas en las cantinas portuarias. Entre tragos de vino y envites de naipes, contaban que las formas de la huérfana muchacha, esposa del agitador de la Tierra, ensombrecen con su esplendor incluso a la dulce Helena, aquella que fue robada por Paris para enojo de toda la Hélade.
                En la soledad de esta nave y este mar tranquilo estamos yo y mi excitación, y me pregunto por el sabor salado del clítoris de Clito, y por la divina lengua del dios de los mares el día que se engendró al primer atlante. Y lo hago en silencio con la esperanza de no ofender al dios y no desatar con ello su ira, pues no deseo ser un nuevo Odiseo, sólo deseo ser un nuevo hombre. Pero no me deshago de mis impulsos primeros y me pregunto si serán compensados los coitos entre dioses y humanos.
                Y en estas erectas reflexiones estoy cuando diviso ante mí, acercándose a mi proa, una concentración nebulosa que parece estar dotada de vida propia. Se dirige hacia mi embarcación con premura al tiempo que se expande en otras direcciones. Pudiera ser un humo blanco, o bien una nube caprichosa.

                Es ya inevitable ser engullido por este descomunal vaho de densa blancura, y emplazo mi narración a un futurible momento en el que pudiera recobrar la visión…          

martes, 5 de agosto de 2014

... a remar... Primera Jornada...

Antes de partir, cercano ya el ocaso, he querido botar la embarcación y señalar el acto con la rotura de una botella sobre su pulcra madera. Las burbujas sobre el casco que brillaba han resultado chispeantes. Después he señalado mi firme decisión con un tributo de fuego. 
Hoy han volado pues las cenizas de eso sin nombre ya, como alegorías aladas, diminutas y livianas de un vínculo que fue. He incinerado primero la realidad impostada que daba sustento forzado a una quimera. También he inhumado cada emoción del pasado; quería que desaparecieran presa de la combustión, pero fue sin éxito, pues este fuego, tristemente avivado por mi reticencia, no prende en lo insustancial. La unión devenida en vacío se ha deshecho en el aire con premura, pasto de los escasos o falsos mimbres que la sustentaban ya. Y ha quedado en el ambiente, y cercano a mi olfato, un efluvio suavemente amargo, una presencia con matices de dolor antiguo que se desvanecía. Así pues, como una psicomagia que bien pudiera haber propuesto mi amigo Jodorowsky, el trozo de papel que albergó un nombre manuscrito se ha desvanecido. Y yo noto un pinchazo añejo y flojo en el corazón y confío que un viento cariñoso de este extraño verano se lleve junto a las cenizas la punzada, y deje en mí el orificio inocuo, como recuerdo amable de lo que fue amar.
Sea pues ese amor mi tatuaje marinero sobre la piel en presencia de la sal que tiene desde siempre la propiedad de conservar. Conviva, no ya como recuerdo sino como esencia que me rehízo, como experiencia que me gestó, coexista en mi dermis y mi naturaleza, habite en mí siendo yo; y boguemos, con brío y decisión. Veo en este instante los remos hundirse en las olas doradas. Ahora el ocaso escenifica que los humos grises se dirijan hacia otro mar y deje francas las aguas que avisto limpias desde la popa.
Es necesario,  y no un capricho, que el sol se hunda en el océano. El naranja se apaga ya en la distancia, en la inmersión óptica sonrío, mientras entre las jarcias el graznido de los albatros ulula junto al viento y el crepitar de las junturas de madera. Esta embarcación que llaman la Nao, como una broma que consideré estúpida ayer, me invita hoy a partir hacia mis descubrimientos. Las bodegas de esta escuálida nave albergan las cuatro cosas que puedo precisar: una pipa de lobo de mar, y tres metáforas más.   
                Me rodea una inmensidad de agua que me hace pequeño, tanto o más de lo que me hizo querer sin fisuras. Pero me intuyo gigante, mis manos espléndidas y fuertes asen con decisión el timón. Me sé responsable de mi deriva. Soy la causa y soy el efecto. Este océano que aparece tan azul en los mapas y que en mis recuerdos alberga toda suerte de criaturas fantásticas me acompañará. Escoltará mi desvío, y antes de avistar las costas de Panamá yo habré de ser ese marinero que ansío y exploraré esa tierra explorada.

                De toda esta travesía y aventura tendrán cumplida cuenta.  

martes, 22 de julio de 2014

Underwood número 5

Había comprado una Underwood número 5 de 1926 en un rastrillo callejero e infecto; llevaba dentro bastantes cervezas por lo que no recuerdo muy bien dónde. Una mañana, estando ocioso como acostumbro, la vi sucia y desvencijada en el sillón trasero del coche, entre latas y litronas. Me puse mis gafas de sol más retro y atrapé el volante entre mis manos con la intención de llevar la máquina a limpiar, engrasar y poner a punto. Debía de haber alguien que se dedicara a eso. Siempre hay un tipo que se gana la vida haciendo lo que seas capaz de imaginar. Era una idea latente que finalmente había aflorado con brío: sería escritor. Aunque aún no sabía qué habría de escribir ya tenía el objeto adecuado para ello: aquella delicia de máquina, una reliquia con clase, sí señor. Me parecía estupendo escribir, fuera lo que fuera, imaginaba que eso era lo de menos. Y para ello utilizaría aquel magnífico objeto. Había decidido también que lo haría con papel carbón intercalado entre los distintos pliegos de papel para obtener varias copias, como aquel autor norteamericano al que le fue publicada su obra póstumamente por empeño de su madre, y cuyo nombre no recuerdo ahora. Las cosas que mezclo con la cerveza están acabando con mi memoria. Eso sí, soy un pez delicioso. Una amiga me sugirió que si quería estar divino —lo que ella entiende por ultradelgado— a la hora de cenar tomara uno o dos orfidales, algo de coca y cerveza en abundancia. No me ocupó mucho esfuerzo poner en práctica la milagrosa dieta; los resultados son incuestionables, soy un hermoso huso vestido siempre como si se casara su hermana pequeña. Además la cerveza es diurética, dicen. Aunque esto último me trae sin cuidado y no sé si es cierto me reconcilia con quienes tachan mi dieta de lo que sea, nunca bueno por cierto. Confieso que me gusta alarmarlos. Aunque yo no opino de la dieta de los demás, y en general de los demás, la gente se toma la molestia innecesaria e improductiva de verter sus ocurrencias respecto de mi conducta y estado general. Lo cierto es que se me olvidan las cosas más peregrinas; pero así tiene que ser, claro, la delgadez es una prioridad. Aunque no sé qué clase de escritor resultaré sin memoria, sí sé que al menos quedaré muy vistoso en las distintas recogidas de premios, por lo que la gente querrá posar a mi lado. Lo cierto es que varios días después la espléndida Underwood relucía en mi mesa. Y a su lado invitaban a la creación literaria un paquete de 500 cuartillas de papel estupendo, café y cervezas para tumbar a un elefante y varios gramos. Eso sí sólo dos horas después ya había decidido que era una estupidez inmensa y que si iba a ser escritor mejor sería que me dejara de nostalgias absurdas y poses bohemias e ir a comprar el mejor ordenador portátil, por supuesto Apple, con su procesador de texto y su flamante impresora… Ignatius, la hoguera de las vanidades, John Kennedy Toole: me han llegado a la memoria de un modo espontáneo. La memoria siempre es un hilo del que tirar, gracias Ignatius, no sólo eres un espléndido personaje, también un estupendo hilo, quizá no esté todo perdido aquí dentro. Brindo por mis sinapsis neuronales, ahí están, trabajando en las condiciones etílicas y estupefacientes más adversas. Chin chin. El autor norteamericano era Toole. Sí, Toole, pero yo al poner los distintos folios enrollados en el rodillo de la máquina, con el papel carbón intercalado—y lo de buscar papel carbón fue una Odisea que a Ulises hubiera desalentado desde el principio—, he sufrido lo indecible, qué coñazo. Finalmente tenía el folio en blanco ante mí y al escribir las primeras frases siempre quería cambiar algo, modificar, eliminar. Casi he destrozado la letra x de la puta Underwood tachando lo escrito, nada me gustaba. Las palabras escritas con esa tipografía me irritaban y el sonido repetitivo de la x cayendo sobre cada letra, apagando cada fonema absurdo de mis ideas vanas, me ha perforado el sistema nervioso más allá del orfidal y la coca; más cerveza, otra raya, al final había más papel desechado que latas de cerveza. La única página que durante unos minutos me pareció salvable estaba empapada en bebida. Todo esto me ha dejado sin moral. Aquí estoy nada honorable y sin drogas que puedan paliar este desengaño. Quizá ha llegado el momento de desistir, quizá sea menos trivial de lo que pensaba saber el qué se quiere contar. Si es la historia de uno mismo qué más da. Desisto. Ahora que no voy a ser escritor pondré un anuncio en eBay. ¡Qué diablos venderé la mierda de Underwood yo mismo! Quizá el chino de la esquina se avenga a cambiarla por un número razonable de latas de cerveza.

jueves, 13 de marzo de 2014

... gris...

... la materia de que está hecha la felicidad es liviana, sin embargo es más sólida y fiable la  masa con que se elabora la costumbre, no es de extrañar, por tanto, que se muestre abundante y sereno en la naturaleza el color gris, tan sobrio y elegante, sin estridencias ni fiestas, sabed que es un color que abriga sí, pero sólo lo justo para no perecer de frío, sabed también que, por tanto, es una refinada y cómoda presencia que combina con todo, pero incapaz de amar…