… segunda jornada. Todo es agua, todo es azul, el cielo se
confunde con la inmensidad que me rodea en un todo anodino en el que el
horizonte se ha diluido. Necesitaría rodearme de vida, de seres humanos, añoro
sus palabras y movimientos. Las aves quedaron en la proximidad de las costas. Estamos
yo y mi mente.
He
salido de una playa próxima al puerto de Palos, dejando a mi espalda las
columnas de Heracles, que señalan el final del conocimiento y el punto de
partida de mi nueva génesis. El mundo tal cual lo conozco quedó tras de mí hace
horas. Así que he permanecido ojo avizor agotando la mirada con tanto
escrutinio y albergando el delirio de toparme con la ignota Atlántida. Este
deseo caprichoso es por poner en firme, ante la propia mirada, la que dicen
sublime hermosura de la hija de Evenor.
Tengo
por cierto que la contemplación de la
belleza me predispondría a la fuerza, el ímpetu y las aventuras que preciso.
Busqué
la Nao durante días en los que tuve acceso a voces, fanfarronadas y chanzas
marineras derramadas por roncas gargantas en las cantinas portuarias. Entre
tragos de vino y envites de naipes, contaban que las formas de la huérfana muchacha,
esposa del agitador de la Tierra, ensombrecen con su esplendor incluso a la
dulce Helena, aquella que fue robada por Paris para enojo de toda la Hélade.
En la
soledad de esta nave y este mar tranquilo estamos yo y mi excitación, y me
pregunto por el sabor salado del clítoris de Clito, y por la divina lengua del
dios de los mares el día que se engendró al primer atlante. Y lo hago en
silencio con la esperanza de no ofender al dios y no desatar con ello su ira, pues
no deseo ser un nuevo Odiseo, sólo deseo ser un nuevo hombre. Pero no me deshago
de mis impulsos primeros y me pregunto si serán compensados los coitos entre
dioses y humanos.
Y en
estas erectas reflexiones estoy cuando diviso ante mí, acercándose a mi proa,
una concentración nebulosa que parece estar dotada de vida propia. Se dirige
hacia mi embarcación con premura al tiempo que se expande en otras direcciones.
Pudiera ser un humo blanco, o bien una nube caprichosa.
Es ya
inevitable ser engullido por este descomunal vaho de densa blancura, y emplazo
mi narración a un futurible momento en el que pudiera recobrar la visión…
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