De pequeños, cuando llovía y a la vez veíamos el sol, nos decían que había muerto un ángel. Algo así como algo bello y trágico a la vez, como un tributo a la belleza en el momento en que ésta nos abandona. Es eso exactamente lo que se respiraba en aquel aparcamiento del centro comercial. Estaba aconteciendo algo bello y triste. Y justamente por eso, al mismo tiempo que los rayos de luz encendían las líneas blancas y mojadas que señalizaban los caminos de tránsito y los distintos espacios habilitados para estacionar, unas gotas redondas, grandes, caían lentamente, espaciadas, sin violencia. Agua de lluvia limpia. Este encuentro, si hubiera habido justicia en el mundo, debió sucederse a diario durante largo tiempo. Sin embargo se iba a producir después de cuatro lustros. Ambos, bajo el peso del tiempo, se otearon en la distancia. Veinte años.
Serían las ocho y media de la mañana o quizá pasaban ocho minutos de la mitad de este día entre soleado y lluvioso. En el exterior del centro comercial había una media docena de coches. Dos de estos vehículos, aislados ambos del resto, permanecían inmóviles. Junto a cada uno de ellos una silueta humana encorvada no arrancaba a caminar. Dos personas quietas. Octogenarios.
Se olieron amarrados entre brazos. Un beso llego a la comisura anunciada de unos labios para dar paso a otro beso de otra textura, de otra forma y color. Ese beso, que era en sí mismo una aventura, se recreó, haciendo del tiempo un vidrio roto. Y las manos torpes, de gente mayor, inexpertas, recorren las espaldas con chapucera intención. Bajo las espesas ropas los cuerpos tiemblan sin que las manos digan nada. Sin embargo los labios es otra cosa, allí si se fragua el deseo de deshacerse del transcurso de los acontecimientos, sueñan con borrar de pronto veinte años de la vida general de la humanidad, ese error que ellos han estado pagando día a día.
Casi no saben qué decir.
:¿esBULLA paraL@s NOcl@ros?: #dudos@sS$Territorio!?
Hace 2 meses