martes, 26 de agosto de 2014

... un tierno suspiro...

            Arrancó en mí un tierno suspiro de renuncia. La insignificante historio que os contaré, sin llegar a ser fábula —todo animal en ella fue humano—, depositó en mi ánimo una moraleja sin horizonte. Resultó un espaldarazo a la consecución anhelante de un todo. Asumir su enseñanza fue la antesala del conformismo más espantoso. Tampoco es una aventura real, ya que la realidad se expande por el universo sensible, es de palpar, mientras que esto ocurría en mi pensamiento. No dudo que en los demás produzca razonable indiferencia pero reconstruirla con palabras aquí lo exige mi noqueada identidad. Mientras que ustedes pueden mirar hacia otro lado sin mucho esfuerzo yo debo revivir y afianzar la triste lección que radica en su interior; al fin y al cabo éste es mi diario.
            Pasto de mi febril obsesión por ella imaginé que el mal más abyecto anidaba en la intención del hombre que era amado por quien yo creí amar. Fantaseé hasta darle crédito a su condición de asesino. Quería mi pericia que yo la rescatara a ella del golpe fatal último. Pero ¡ah, pobre y vulgar ser! ¿Quería yo salvar su cuerpo blanco y delicado, su cabello apreciado y sus dulces facciones de la muerte sin más? Ese acto sublime, puro y gratuito, distaba mucho de mi condición menor. Mi baja categoría quería ser héroe a sus ojos. Ganar sus favores, conquistar su corazón por la fuerza de mi espada, el reconocimiento de mi logro sería el fin que perseguiría mi acción.
            Soñaba con que su amor y favores serían la justa retribución de mi hazaña y que ella viviría para siempre junto a mí en una aldea diminuta del Peloponeso bañada por un mar tranquilo, alumbrada y reconfortada por un sol amable. 
            Ya la sangre azul, oscura y viscosa goteaba desde la cabeza cercenada. Mi mano asía con fuerza y rabia su pelo hirsuto. Ese ser tan deleznable que había pergeñado mi excitada imaginación moría a manos de esa misma industria. La más prolífica fuente de ilusiones recreaba las imágenes con la soltura de un creador compulsivo. Mi intelecto, factoría de aventuras y quimeras, daba paso sin solución de continuidad a la visión de los pies desnudos de ella transitando un manto de flores silvestres e inmaculadas. 
            Pero mi imaginación no supo engañarme. En el altar donde debía consumarse nuestra unión la miré a los ojos. Sonreía, sí; pero estaban tristes sus labios. El abismo que se expandía desde la superficie de su mirada tierna me produjo un vértigo insalvable. Agité mi cabeza con la intención pueril de que se desvaneciera mi pensamiento, para borrarlo todo.
            Así que ese hombre jamás murió. Sólo pereció entonces a causa de mi mente desdichada mi antigua capacidad de emocionarme dejando como tributo de ese holocausto un tierno suspiro de renuncia.   

1 comentario:

Anónimo dijo...

... Tercera Jornada... Sigue... (se lo debes, nos lo debes, te lo debes...) Muuuuaaaaaaa