Antes de
partir, cercano ya el ocaso, he querido botar la embarcación y señalar el acto
con la rotura de una botella sobre su pulcra madera. Las burbujas sobre el casco
que brillaba han resultado chispeantes. Después he señalado mi firme decisión
con un tributo de fuego.
Hoy han volado
pues las cenizas de eso sin nombre ya, como alegorías aladas, diminutas y
livianas de un vínculo que fue. He incinerado primero la realidad impostada que
daba sustento forzado a una quimera. También he inhumado cada emoción del
pasado; quería que desaparecieran presa de la combustión, pero fue sin éxito, pues
este fuego, tristemente avivado por mi reticencia, no prende en lo insustancial.
La unión devenida en vacío se ha deshecho en el aire con premura, pasto de los
escasos o falsos mimbres que la sustentaban ya. Y ha quedado en el ambiente, y
cercano a mi olfato, un efluvio suavemente amargo, una presencia con matices de
dolor antiguo que se desvanecía. Así pues, como una psicomagia que bien pudiera
haber propuesto mi amigo Jodorowsky, el trozo de papel que albergó un nombre
manuscrito se ha desvanecido. Y yo noto un pinchazo añejo y flojo en el corazón
y confío que un viento cariñoso de este extraño verano se lleve junto a las
cenizas la punzada, y deje en mí el orificio inocuo, como recuerdo amable de lo
que fue amar.
Sea pues ese
amor mi tatuaje marinero sobre la piel en presencia de la sal que tiene desde
siempre la propiedad de conservar. Conviva, no ya como recuerdo sino como
esencia que me rehízo, como experiencia que me gestó, coexista en mi dermis y
mi naturaleza, habite en mí siendo yo; y boguemos, con brío y decisión. Veo en
este instante los remos hundirse en las olas doradas. Ahora el ocaso escenifica
que los humos grises se dirijan hacia otro mar y deje francas las aguas que
avisto limpias desde la popa.
Es necesario, y no un capricho, que el sol se hunda en el
océano. El naranja se apaga ya en la distancia, en la inmersión óptica sonrío,
mientras entre las jarcias el graznido de los albatros ulula junto al viento y
el crepitar de las junturas de madera. Esta embarcación que llaman la Nao, como
una broma que consideré estúpida ayer, me invita hoy a partir hacia mis descubrimientos.
Las bodegas de esta escuálida nave albergan las cuatro cosas que puedo
precisar: una pipa de lobo de mar, y tres metáforas más.
Me
rodea una inmensidad de agua que me hace pequeño, tanto o más de lo que me hizo
querer sin fisuras. Pero me intuyo gigante, mis manos espléndidas y fuertes
asen con decisión el timón. Me sé responsable de mi deriva. Soy la causa y soy
el efecto. Este océano que aparece tan azul en los mapas y que en mis recuerdos
alberga toda suerte de criaturas fantásticas me acompañará. Escoltará mi desvío,
y antes de avistar las costas de Panamá yo habré de ser ese marinero que ansío
y exploraré esa tierra explorada.
De
toda esta travesía y aventura tendrán cumplida cuenta.
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