No
he dejado atrás una cadena perpetua, o quizá sí, pero esta playa que piso por
primera vez será mi Zihuatalejo y acondicionar aquella barca varada en la arena
podría ser mi labor más trascendente. He desnudado los pies y siento el agua
mojar los bajos de las perneras de mis pantalones. Miro mis pies blancos y
deseo transmitirles que borren toda experiencia anterior, que hoy juntos
comenzamos a caminar de nuevo por primera vez.
A
pesar de que yo festejo esta llegada no es día festivo en el calendario del
lugar y por ello hay poco movimiento en la arena a pesar de la hora del día y
de la meteorología tan propicia. Me he cruzado con unas chicas de piel
inusualmente bronceada para lo iniciático de la temporada de baños que portaban
sendos calipos de un verde apetecible. Tengo sed y sonido de risas juveniles en
los oídos. Probablemente no han reído pero eran tan jóvenes que no descarto que
se pueda uno reír y festejar la propia lozanía al cruzarse conmigo; ya no oigo
del todo bien.
Allí, a unos
metros del agua, un atractivo joven de unos cincuenta años contempla la línea del
horizonte, quiero creer que deleitado. Con mayor previsión que yo lleva
recogidos los bajos de los pantalones, de un azul marino de lo más afortunado,
como los llevaría un pescador que hubiera calzado unas botas de goma minutos
antes. Este hombre soporta todo su peso sobre los codos dispuestos en la arena a su
espalda. No hay embarcación cerca de este potencial marino. En la distancia
varios pescadores no apremiados por el tiempo dibujan sus siluetas quietas
junto a las cañas a las que les adivino un hilo de aleaciones de distintos
materiales tan sofisticadas como improductivas. Sin duda son aficionados y la
renta de su actividad la extraen del hecho de gastar su tiempo.
En
un kiosco del paseo marítimo diviso cierta actividad humana, quizá es aquí
donde las muchachas adquirieron los apetecibles polos. Cuando llego al
establecimiento unas gaviotas revolotean sin mucha convicción, probablemente no
les causo mucha inquietud y se han puesto a salvo para no ofenderme, mi presencia difícilmente
puede parecerles la de un ser humano. Sonrío agradecida a estas sabias criaturas.
Mis dientes, otros dientes ya, son blancos. Recordando esto mantengo la feliz
curva de mis labios como carta de presentación para dirigirme al dependiente.
En todos estos años, que no son pocos, tomé un helado tan exquisito, tan relajada, contemplando esta otra vida de un modo tan poco apremiante. El azul, el sol, todo es nuevo, a estrenar...
En todos estos años, que no son pocos, tomé un helado tan exquisito, tan relajada, contemplando esta otra vida de un modo tan poco apremiante. El azul, el sol, todo es nuevo, a estrenar...
2 comentarios:
¡Qué bonito, Bau!
Estreno verano cuando, a pesar de unos vaqueros luzco dedos desnudos chanclas!! i like this...
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