Y todo
tiene un fin, también yo, también mi historia, la línea de tinta llega a un
torrente de agua y allí se pierde. Así debe ser, esa presencia que fue
constante se pierde en un chorro inmenso, el universo es así, la identidad se confunde
en favor de la divinidad, así la memoria es un lunar despreciable en mitad del
inmenso olvido. Así es, ¿quién soy yo, Nazaret, para cuestionar esa plenitud?
Desciendo
del coche empleando tiempo para ello, quiero, a la vez, tomar mi primera
impresión. Me despojo de las gafas de sol que sin embargo no cubrían mis ojos, inútiles
descansaban en la parte alta de mi cabeza, hay días enteros que me olvido de ellas
y permanecen ahí. El motor está ahora apagado y noto el calor concentrado en el
capó, pero la música aún suena, sólo eso me conecta con mi momento anterior.
Vuelvo sobre mi primer impulso, esquivando un posible golpe en la cabeza, ya me
di más de uno, soy consciente de mis nuevas torpezas, y quito las llaves del
contacto, así se hace el silencio y vuelvo a estar bajo este espléndido
limonero que imagino hermoso cualquier día soleado de verano. Ahora mi
percepción es franca. Aquí, ante todo, gastaré tiempo, me concederé placeres u
obligaciones nuevas. Respiro con agrado el amable frescor que ha dejado el
chaparrón. Quiero usar con frecuencia mi rebeca heredada, abrigarme con ella, es
gruesa y negra, está algo parda, llevar debajo cualquier cosa, pasear. Leer.
Leer libros, los hay a docenas en mi equipaje, me esperan, llevan demasiado
tiempo esperándome. Quizá alguna vez volver a rasgar las cuerdas de mi vieja
acústica, quizá.
Está en mí
esa agradable sensación de recorrer lo inexplorado que es sencillo, todo esto
que es nuevo, pero repetido en mi ideario, repetido en otros pueblos que ya he
visto. La tarde adormece en su color plano, es azul y es gris. Veo que la
lluvia ha dado lustre a la calle empedrada que, sinuosa, desciende entre las
paredes encaladas. Deseo disfrutar ahora, aquí, en el lugar de mis ancestros,
que diría aquel, de todos esos libros que me esperan desde cuándo, pasear,
gastar mi tiempo sin incurrir en ninguna tragedia. Cantar una canción olvidada
de Janis. Conocer. Conocerme al fin. Descubrirme, mis rincones, mis sesenta y
cinco años de jubilada, los rincones de este que es mi pueblo por ascendencia.
Las calles
se caen por pendientes y reaparecen en cuestas empedradas. Muchas puertas están abiertas a la penumbra de los
hogares en su interior, en ellas el olvido y el silencio no temen a la lluvia.