El
profesor comenzó su exposición ante su auditorio: «Estimados alumnos no se
llamen a engaño, no soy tan raro. Ni siquiera tan distinto a vosotros. Sé que
mi afirmación de la clase precedente les pudo parecer el delirio de un pirado. Lo
sé y lo comprendo. Cuando les dije que tengo constatado que algunos objetos, en
un momento o vida anteriores, fueron personas, ustedes en sus pupitres
arrugaron el entrecejo y sus bocas parecían la de peces fuera del agua,
quedaron anonadados, cuchichearon los unos con los otros y no quiero ni
imaginar los calificativos. Sin embargo hoy les traigo la prueba definitiva.
Presten atención». Dicho lo cual, sacando de su maletín un ovillo de lana y lo que
parecían unos auriculares, tan sencillos y carentes de sofisticación como los
que proporcionan en el Ave, se dirigió al púlpito solicitando la asistencia de
uno de los alumnos. Una vez hubo conseguido que un estupefacto muchacho accediera
al estrado le proporcionó a este el micro que conecta con el sistema de
audición de la clase y colocándole los auriculares en los oídos le pidió que
transcribiera lo que iba a escuchar cuando él insertara la clavija de los
auriculares, sin más sofisticación, en el corazón del ovillo de lana. Todos
pudieron oír la voz del muchacho a través del sistema de sonido del aula: «… constantemente
te pienso, pero cuando mi mente construye la frase «te echo de menos» una
tristeza infinita se apodera de mi ánimo; al llegar tan sólo a la segunda «e» mi
nariz se ve alterada, sucede algo extraño que complica mi respiración y se vidria
mi mirada. Cuando mi voz interior pronuncia la palabra «menos», esa idea que
resta tanto de mí, me transformo en un ovillo de lana vieja, pasada de moda, y supongo
que nadie querrá hacer un bonito jersey conmigo…».
lunes, 1 de julio de 2013
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