lunes, 9 de noviembre de 2009

... más allá del arrojo, cerca del deseo, ...

Aquello último que llamo desnudez. Pene. El bello de mis glúteos en el desamparo de un mar vegetal. El viento, que mece cada espiga, las empuja contra la más blanca piel, esa puerta de la calle de mi cuerpo. Este campo es echarse a la calle, se muestra tras los portales. La calle se extiende hasta todo aquello que no soy yo. Primeros atisbos del fresco invierno. Invierno de sol apagado, luz uniforme. Desnudo en mitad de un campo arrasado por la furia infantil del viento, por la luz gris de una tarde sencilla. El resultado de ser provinciano y rozar la otra piel, la que dibuja el anhelo en el cuerpo próximo, es un alarido callado que reposará junto a un árbol milenario, junto a unos aperos, sepultado para siempre en la humedad. El viento silva entre las piernas del deseo, mientras el tacto arranca la electricidad de una nube cercana. Sólo en mi encontrará ese cuerpo el calor suficiente.